Descubriendo Colmenar de Oreja

Terrazas de la Plaza Mayor¡Menudo chasco y contrariedad me llevé el pasado fin de semana cuando fui a echar mano de un vinito para obsequiar a unas inesperadas visitas y me encontré que no tenía nada! Decidí que nunca más volvería a pasarme…Vaya por delante que no soy ni una entendida ni una gran amante de la causa vinícola. Pero, hombre, tener una botella a mano para estos menesteres, es de obligado cumplimiento. Además, reconozco que con los años el paladar se va volviendo más fino y pide sabores diferentes a los acostumbrados en años más tiernos. Asi que entre este cambio fisiológico y la consabida recomendación médica de un vasito al día con las comidas, voy observando que mi afición enóloga va en aumento…

El caso es que, motivada por esa falta del líquido elemento y animada por la publicidad de los vinos de Madrid, pregunté a mis ilustres amigos de Viajeros del VinoTinajas de barro en Bodegas Jesús Díaz y me recomendaron una vuelta por Colmenar de Oreja. Así, a simple vista, no me decía nada. Pero no conocía el pueblo y el afán aventurero me pudo.
La visita la realicé el sábado 9 de mayo. Después de unos 40 minutos de carretera y una vez atravesado Chinchón, llegué sobre la una de la tarde a Colmenar. Enseguida llamaron mi atención los carteles anunciando bodegas y venta de vino. Me paré en la primera que ví: una callecita a la derecha nada más entrar en el pueblo. Nos atendió el bodeguero que nos dio a probar. Me gustaron. Es lo único que puedo decir. No se si son buenos, regulares o malos. Ya he aclarado antes que no soy una entendida. Sólo me guío por mis sentidos y el gusto me pareció que era bueno. Asi que compré tres de tinto y tres de blanco. Además se ofrecía aceite de la zona (muy bueno), garbanzos, vermouth y un anisete de limón muy agradable pensando en una sobremesa larga.
El paseo por el pueblo fue agradable: calles pequeñas, amplia oferta de restaurantes con productos de la huerta local y una Plaza Mayor que recuerda a la de la vecina Chinchón aunque más modesta y recién restaurada. Por cierto, muy recomendable un pequeño bar en la plaza en el que sólo ofrecen gambas al ajillo aunque, eso sí, son excepcionales. También hay un par de restaurantes en la misma plaza donde comer y seguir degustando los caldos de la zona en los balcones del primer piso.
Visité una segunda bodega, in extremis de tiempo, (los sábados cierran a las 2 y no abren por la tarde) situada en un lateral del museo del pintor Ulpiano Checa. Aquí los vinos me parecieron mejores, sobre todo el blanco. Al bodeguero, un hombre simpático y muy colaborador, se le puede pedir que enseñe la cueva, donde no hace mucho tiempo conservaban el vino en enormes tinajas de barro. Es un lugar curioso y con un punto de misterio…

La visita a Colmenar de Oreja se puede completar visitando el citado museo del pintor Ulpiano Checa, un verdadero descubrimiento escondido en este rincón de la Comunidad de Madrid. Un maestro del arte del movimiento, de la luz y de los gestos.